Yo recuerdo, de hace un tiempo, un recorrido de días por los lugares románicos de la provincia de Palencia. Tomando como cuartel general la ciudad norteña de Aguilar de Campoo, capital de las galletas, y haciendo durante unos días incursiones por los lugares del noreste de provincia tan ignota para tantos españoles. Algo que siempre recomendaré al turismo nacional –por el arte, por la gente, el paisaje y la cocina. La capital no destaca en presencia de románico –excepción de la ermita de San Juan Bautista, trasladada piedra a piedra del entorno de Aguilar por evitar que la cubrieran las aguas de su pantano. Lo que no resta sin embargo a la ciudad un muy soberbio interés, desde el punto de la historia y del arte religioso. Pues es Palencia primor del gótico, con matices no frecuentes de una herencia de su arte antepasado. Templos… no sabría decir cuál con mayor delicadeza: las iglesias de San Miguel, de San Pablo; el convento de los franciscos; la catedral de San Antolín –la bella desconocida– varias veces ampliada. Y también el museo, inexcusable, del palacio episcopal. Para el viajero curioso, arte cuando menos para una jornada entera –aunque tal vez algo más, contando con los tiempos que cada cual se toma en la fruición de estas cosas. Por lo demás, el buen tiempo abarrota por la tarde la calle mayor y el parque del Salón de Isabel II –con ambiente muy reposado, y gentío de modales castellanos. O el paseo por el Carrión, los aledaños del río. De comer… La Traserilla o Casa Lucio –en el centro. O La encina –en la calle Casañé, donde no se ha perder un pincho de la tortilla de Ciri: recién hecha, de patatas, y al punto de cuajo justo.
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