La recitación común en grupos, monocorde y al unísono, tiene un aspecto de secta. Y se percibe mejor cuando el objeto es confesión comunitaria, o plegaria concebida de antemano y que enajena. Como asistiendo a un diluirse los sujetos en esa unidad que, anonadando, los niega. Y reclamando la adhesión irreflexiva de corazones y mentes. No digo que así sea en todas las ocasiones. Pero hay momentos en que algo subterráneo se rebela en el submundo de sociedades nihilistas y avanzadas –como una negación que sordamente amenaza. Lo que acontece asimismo si el recitado se produce en cánticos colectivos que persiguen la anulación y el éxtasis. Aunque hay en ello una vía de salvación, o nobleza preexistente y venidera, si se preserva el sujeto –el individuo: en la libertad con que el pensamiento asintiera por sí mismo al recitado o, si se trata del canto, en la libertad del arte.

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