Ese día que mañana será, Dios mediante. Lunes de comienzo o de final de semana, según se fije el inicio. Lunes laboral que da comienzo a la serie semanal de jornadas indistintas. Con repetición cansina y uniforme para tantos. Y sobre todo estos tiempos de pandemia, donde el ser asalariado no distingue el lugar donde otrora la libertad palpitara en la intimidad doméstica. Pero hoy, cuando el domingo es tal el viernes lo hubo sido –o el martes, o el lunes, o cualquiera de los días-, alguien sentirá en la cerviz el yugo que lo unce silencioso a esa rueda recurrente. Como si algo sobrehumano dictara que su libertad ha de ser un don administrado por alguien que vigila, ahora o para siempre: un poder que nos guía reduciendo y, protegiendo, aniquila.

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