Si miro atrás, en los ya muchos años que este blog lleva viviendo, veo hallazgos de experiencias de un momento. Como aquella, muy distante, en que escribí sobre los tejados que desde mi balcón oteaba en una tarde. Entonces eran momentos sin pandemia –al menos, que se supiera. Salvo esa pandemia moral con la que a diario, en lo cerca y en lo lejos, convivimos. Pero entonces podíamos pasear y viajar sin restricciones. Movernos y abarrotar las terrazas, los teatros, los auditorios y bares. Ahora la cosa es tan extraña y tan distinta –aunque ya se habitúan los ánimos a este modo contrahecho de vivencias. Y pienso en un escribiente que hoy desplegara su trazo acerca de esos tejados, impedido de rebasar los límites del espacio en el que vive. Cómo un escrito, no sólo lo que relata sino también sus estilos, hablaría sin decirlo del sujeto que lo alumbra singular y de un momento –de su universo minúsculo: lo particular donde se afirma el desastre general de la epidemia.

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