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Mucho yerran, en un aspecto, esos padres que pretenden que sus hijos amen el camino que conduce a la excelencia. Pues no es un empeño fácil, como la educación es tarea permanente y esforzada. Pero, además, sujeta a muchas renuncias: una de ellas, a ser tal uno entre tantos –reconocible por los demás, por una comunidad acomodaticia de valores, creencias y aspiraciones. Pues es cierto que la excelencia singulariza a aquellos que la portan, segregándolos –y poniéndolos en un aparte de la sociedad que reconocen los hombres. Y así, es camino de soledad y futuro resignado. Aunque también habrá que decir que no hay padres que renuncien a ese anhelo para el hijo, si conocieron por sí la dignidad del saber y el valor que porta el ser hombres íntegros. Como una justicia que presienten aquellos que, cada mínimo instante, viven la inmortalidad -en especie, vagamente.

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