La riqueza velozmente acrecentada amenaza de ruina la cualidad moral de cualquiera. Sobre todo porque, siendo así que cualquier exceso de abundancia pone a prueba la integridad del carácter, el enriquecimiento producido velozmente no da trecho para madurar o alcanzar la suficiente estatura. Y esto más todavía cuando el hecho sobreviene apenas se abandonan los años de pubertad para entrar en una juventud con prosperidad que nunca se imaginara. Véase como caso acostumbrado el futbolista ascendido a la meteórica luz de estrellato –con peligro evidente de corrupción de sí mismo bajo forma de hedonismo, de prepotencia o de vicio. Cosa que no debe ni parece preocupar grandemente en el contexto que lo conforma y lo aúpa, pues tal cosa natural se lo recibe y enjuicia. Como una parte del fuego que la sociedad amortizó de antemano –ninguna novedad si se considera que la antigüedad condenaba a sus colosos y atletas a la misma inerme abundancia, y de un modo semejante.

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