Hay quien piensa que todos los gestos y acciones deseducan y educan –pronunciados en su entorno. Y lo suscribo, casi: no por una confianza en la capacidad de atención reflexiva en derredor por parte de mis semejantes, mas por el efecto que tienen esos hechos –y la maldad sobre todo- en el entorno del interés que nos mueve. Digo también que el defecto de soberbia y egoísmo es más sórdido ejercido por la senilidad y las canas –en nimiedad de gestos, aunque expresivos y obscenos. Yo vi a un crítico musical de la prensa, añoso y aposentado, levantar de butaca de auditorio a una joven pareja. No tendría alcance mayor si el anfiteatro no se hallara vacío en su mayor parte, si no estuvieran libres las butacas superior e inferior –las de la izquierda y derecha. Como un gesto de posesión por lo superfluo estridente. Y ante fealdad tan antigua, me pregunté hasta cuándo este hombre aguardaría para actuar generoso –tan escaso que es el tiempo, y tan viejo que ya era.

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