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Estas palabras con que empiezo me llegan por un recuerdo: estampas de mis conversaciones con Gutiérrez Padial –el poeta que fue y que perdurará con la fuerza de sus versos. Cuando con autoridad que modulaba nuestra mutua confianza, declaraba su amor por la reciedumbre sin concesión ni complejos –con desdén indisimulado de una literatura complaciente con lo que el lector espera, o prisionera de la imagen convencional como floja que el escritor quiera ofrecer de sí mismo. Con lo que hoy –tras los años de su muerte- me ratifico en sintonía y acuerdo. Pues no encuentro valor en una literatura en la que hallo asentimiento tan sólo: sumisión a lo que quiere el lector, o al prejuicio dominante. Más aún, afirmo que las letras tienen sabor solamente con su pizca de pimienta –punto de provocación en una opinión ni esperable ni querida, o rebasamiento de la expectativa del lector hasta un lugar incómodo e inquietante.
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