Me hizo reparar, yo mozo, en que sólo de dinero no se cansa el apetito de algún hombre. Así lo escuché y, no mediado mucho tiempo, pude ver que enloquecía mucha gente confiada en una especulación que se creía infinita y al alcance de la mano. Aquella burbuja inmobiliaria que arruinara subitánea a personas de las clases más humildes. Y después, la culpa que se extiende buscando concentrar en una sola testa las causas del desastre. Tal si la ambición y la ignorancia –la osadía que le es propia- no se hallara en el eje que organiza el mecanismo del engaño.

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